En el mediterráneo, a menos de 20 km de la costa francesa encontramos la Isla de Córcega, cuyos viñedos fueron plantados en tiempos ancestrales por los fenicios. Es la Isla más montañosa del mediterráneo. Posee un clima más seco que el de la Francia continental y más cálido, pero el mar absorbe gran cantidad del calor del día, gracias a su capacidad amortiguadora de temperatura y lo libera lentamente durante la noche. Por lo que el diferencial térmico de sus viñedos está tajantemente marcado por las diferencias de altitud en el terreno y las influencias marítimas.

Córcega cuenta con una gran cantidad de uvas autóctonas, muchas de ellas descendientes de variedades italianas que fueron introducidas durante el dominio genovés. El tiempo, el clima y la genética han hecho de las suyas y nos brindan variedades locales poco conocidas: Niellucio (se cree que tiene herencia de la Sangiovese), Vermentinu (una adaptación local de la Vermentino) y la originario de estas tierras, Sciaccarrellu. Acompañadas de otras uvas mediterráneas más familiares para nosotros.

 

 

Córcega tiene establecidas nueve A.O.P. (el equivalente francés de las D.O.), la más antigua de ellas Patrimonio, establecida en 1968 incluyendo siete comunas situadas al norte de la isla. El respeto que los viñateros tienen por el viñedo y la vida en él ha empatizado con las filosofías agrícolas orgánicas y biodinámicas en las que se buscan suelos vivos en los que la microflora tenga una interacción natural y sustentable con la viña, y de esta forma los vinos reflejen mejor la tipicidad de la zona que los vio nacer.

Realmente se puede considerar organizar una reunión con los amigos y acudir a ella sin prejuicios para dejarse sorprender por las características de estos vinos.

24 octubre 2016 — Miguel E. Serrano